jueves, 3 de septiembre de 2009

Hacer el amor

En esta época nuestra que exalta el goce inmediato y la posesión de objetos, es lógico que cada vez se hable más de “tener sexo”. Por Mori Ponsowy, escritora.

Carrie and Big

Desde hace un tiempo se escucha entre nosotros la expresión “tener sexo”. ¡Como si hubiera alguien que no lo tuviera! Ni el diccionario de la Real Academia Española ni la Academia Argentina de Letras reconocen esta expresión. No hay nadie que no “tenga” sexo: sea uno u otro, todos nacemos con uno. Lo que sí podemos tener o no tener es relaciones sexuales. Están quienes las tienen con frecuencia y los que no; quienes las disfrutan y aquellos que no tanto; los que alardean de sus conquistas y los que prefieren el secreto; unos para quienes tenerlas es imprescindible y otros que parecen necesitarla mucho menos.

Pero hacer el amor es otra cosa. Una cosa distinta del “tener”. Para hacer el amor es necesario tener sexo, pero no basta. Y tampoco es lo mismo hacer el amor que “tener relaciones”. Hacer el amor es una construcción: una obra de arte que tiende un hilo desde los que lo están haciendo hasta el centro mismo del universo. El lenguaje –ese milagro- subraya la diferencia cuando en unos casos usa el verbo “tener” y en éste, en cambio, emplea un verbo que no indica posesión, sino un actuar sostenido en el tiempo: “hacer.” Como cuando el alfarero “hace” de la arcilla informe una vasija, o cuando el compositor “hace” una melodía inolvidable partiendo de tan sólo siete notas musicales.
En esta época nuestra que exalta el goce inmediato y la posesión objeto, es lógico que cada vez se hable más de “tener sexo” y que “hacer el amor” empiece a sonar extraño. Quizás anticuado. No es casual que ahora los adolescentes incluso hablen de “transar”, una palabra que el diccionario define como “transigir, ajustar algún trato, especialmente en el terreno comercial y bursátil”, pero que desde hace algunos años para los más jóvenes ha adquirido un nuevo significado. Cuando el amor se hace, no se “transa”. Tampoco en un mero intercambio de fluidos. Se trata de una experiencia que va bastante más allá del placer fugaz y que tiene que ver con el asombro de descubrir al otro y, al mismo tiempo, con la felicidad de ser descubierto. Es inevitable: para hacer el amor se necesita tiempo. Nada se hace en un instante y mucho menos la cercanía. No existe amor allí donde previamente no hay diálogo, miradas, silencios compartidos. Por eso, la desnudez llega sólo a casi al final; cuando sentimos que hemos franqueado el límite que impone la piel; cuando empezamos a sospechar que tal vez no estamos tan solos en el mundo.
Quizá no todos hagan el amor y es seguro que no siempre que tenemos relaciones lo estamos haciendo. “El amor se hace con palabras” dijo Lacan alguna vez. Claro. ¿De qué otra manera podría hacerse? Y es que aunque parezca que el amor lo hacen los cuerpos, en realidad son las mentes –o las almas, si se quiere- las que comulgan mientras los cuerpos se encargan de lo suyo. Aunque mejor sería decirlo de otra manera: no es que los cuerpos se ocupen de sus asuntos, sino que las mentes- que viven encerradas y no tienen modo de salir de ahí- a veces también se valen de ellos para acariciarse.

Revista SOPHIA, Septiembre 2009

No hay comentarios: